miércoles, 31 de agosto de 2011

Exilio de los hebreos en Babilonia (587 a 538 a. C.)


Desde la división del reino de Israel entre los hijos del rey Salomón, hacia el año 930 a. C., los hebreos habían sido políticamente débiles, y por tanto, se habían visto prisioneros del juego político de las potencias extranjeras, y muy en particular del creciente poderío de los asirios. En 721 a. C., el reino del norte fue aniquilado por las fuerzas asirias. El reino de Judá obtuvo una prórroga, gracias a la guerra entre Asiria y Babilonia, que acabó con la entronización del Imperio Caldeo, pero cuando éste se asentó definitivamente en Mesopotamia, pudo iniciar de nuevo la agresión militarista hacia el oeste. Su rey Nabucodonosor II conquistó Jerusalén en 587 a. C., terminando con la independencia de los hebreos. Por su parte el fastuoso Templo de Salomón, el orgullo nacional de los hebreos, fue completamente arrasado.
A pesar de que se habla del Cautiverio de Babilonia como el destierro total del pueblo de los hebreos, parece ser que este traslado de población sólo afectó a las clases altas hebreas. Los caldeos tenían interés en impedir que resurgiera allí un poder político fuerte, y para eso, "importaron" por la fuerza a la clase dirigente capaz de liderar una revuelta. El bajo pueblo, por su parte, no parece haberse visto mayormente afectado por estos traslados forzosos de población.
La pérdida de su independencia nacional fue un enorme terremoto en la mentalidad de los hebreos, quienes como defensa psicológica dieron el paso del antiguo Yahvismo nacionalista a la religión moderna del judaísmo. Asimismo incubaron las primeras esperanzas mesiánicas, y creyeron que Yahveh los estaba poniendo a prueba para después producir un milagroso cambio en las circunstancias, que traería consigo el final de los tiempos y la imposición del reino judío sobre la Tierra.
A pesar de todos estos sentimientos negativos, parece ser que al menos un grupo importantes de hebreos fue capaz de prosperar. La suerte de los hebreos en Babilonia queda más o menos reflejada en textos bíblicos como los libros de Daniel y Ester, obras ambas que muestran a los hebreos encumbrándose a altas posiciones de confianza de los caldeos. Después del final del Cautiverio, cuando Ciro el Grande los autorizó a regresar a Palestina, una importante comunidad judía se quedó en Babilonia hasta bien entrada la Era Cristiana.
El año 538 a. C., el rey persa Ciro el Grande conquistó Babilonia, destruyó al Imperio Caldeo, y autorizó a los hebreos para regresar a su tierra nativa, dándole a Jerusalén un estatuto semiautónomo, probablemente para tener un "estado tapón" que le sirviera de parapeto contra el por entonces creciente poder de Egipto. El Templo de Jerusalén fue reconstruido, y los hebreos consiguieron mantener un reducto semiindependiente hasta la época del Imperio romano, en el cual fueron dispersados definitivamente.

Israel en el exilio: el destierro de Babilonia


La toma de Jerusalén por el rey Nabucodonosor significaría para los israelitas un largo exilio en tierras de Mesopotamia, donde darían forma a una nueva idea de Dios.

Después de alcanzar la cúspide de su grandeza durante los reinados de David y Salomón, en el siglo X a.C., el antiguo reino de Israel se vio cada vez más a merced de sus poderosos vecinos y de las rencillas internas. Dividida su dinastía real en dos ramas, la del norte y la del sur, los asirios aprovecharon la situación para conquistar el reino septentrional. El del sur, con capital en Jerusalén, trató de mantener su independencia haciendo equilibrios entre Egipto y Babilonia, imperio este último que a finales del siglo VII a.C. parecía decidido a poner bajo su órbita al pequeño estado judío. Finalmente, en el año 597 las tropas del soberano babilonio Nabucodonosor entraban en Jerusalén en castigo por el comportamiento de sus reyes. Unas tres mil personas, pertenecientes a las familias más poderosas del país, fueron deportadas a Babilonia, junto con el mismo rey. Aun así, los babilonios respetaron el trono de Judea, en el que pusieron a un pariente del rey depuesto. Fue en 587 cuando, después de una nueva rebelión hebrea, Jerusalén fue conquistado y el Templo de Salomón incendiado, a lo que siguió una nueva deportación de judíos influyentes a Babilonia. 
El exilio babilónico se recuerda en la historia judía como un tiempo de tribulación y nostalgia por la patria perdida. Pero en realidad el episodio tuvo consecuencias decisivas en la configuración de la religión y de la identidad nacional judía. Si anteriormente a la conquista de Jerusalén el pueblo hebreo había tendido al politeísmo, los sacerdotes del exilio elaboraron un pensamiento rigurosamente monoteísta, muy influido por la ciencia mesopotámica. Igualmente, fue en esos años cuando se pusieron por escrito muchos de los textos que constituyen la actual Biblia. De este modo, a su vuelta a Jerusalén a partir del año 521, los exiliados establecieron un nuevo modelo religioso y político que 
ha marcado todo el devenir del pueblo judío hasta nuestros días.

Cautiverio de Babilonia o Cautividad de Babilonia

Se conoce con dicho nombre al periodo del siglo VI antes de Cristo, en que buena parte del pueblo judío fue Nabucodonosor II forzado a desplazarse desde Palestina hasta la capital del imperio de N. Terminó con la conquista de Babilonia por los persas (Ciro) en el 538 a. C.
La deportación sucedió en dos fases, una en torno al 597 a.c., que afectó a las clases altas laicas, y otra, más general, en el 586 a.c. a raíz de la destrucción de Jerusalén, que no obstante no afectaba a los campesinos pobres (que son siempre la mayoría de la población). La liberación por Ciro significó la vuelta de muchos judíos a Palestina, pero la mayoría engrosó lo que se conoce con el nombre de diasporo comunidad judía en el exterior, que ya era numerosa en algunos 
lugares, como Egipto.


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